lunes, 2 de enero de 2017

Hello Goodbye (No podemos olvidar) 

Este 2017 se cumpliran 20 años de la muerte de una cantante y poetisa que revolucionó la escena musical norteamericana de la década de los 60 y 70 y que ha sido injustamente tratada por el paso del tiempo.
Laura Nyro nació como Laura Nigroen en el Bronx neoyorkino, hija de una bibliotecaria y de un músico, de orígenes ruso-judíos. Se cambió el apellido por que el adjetivo nigger y derivados tienen connotaciones racistas en Estados Unidos. Poeta y pianista precoz, con un pie siempre en la calle y el oído en la amplia gama de estilos a su disposición (jazz, soul, gospel, rock y tradición clásica), salía a las calles de su barrio, de adolescente, a cantar con sus amigos.
Desde el principio sus canciones alcanzaron el éxito no en su voz sino en la de otros como Peter, Paul & Mary, 5th. Dimension, Blood Sweat & Tears y Barbra Streisand. Dicen que resultó abucheada en 1967, en una de sus escasas apariciones masivas, en el festival de Monterey. Aun así era capaz de llenar ella solita, varias noches consecutivas, el Carnegie Hall. Pero en 1971, con apenas 24 años y tras varios bandazos contractuales, se aparto del primer plano de la escena musical. Sus reapariciones serían desde entonces puntuales pero inadvertidas para la mayoría.
¿Qué influyó para que desapareciera del mapa de aquella manera? ¿Fue, realmente, su escaso éxito comercial? (y por escaso debemos entender que no fuera una mega-estrella, que es casi lo único que entendía el mercado estadounidense, y cada vez más el de todas partes). Es cierto que es muy poco lo que podemos saber de Nyro a estas alturas, desde aquí. Sabemos, según testimonios de quienes la trataron, que era “como una niña” incapaz de hacer otra cosa que escribir canciones y cantarlas. Sabemos, porque lo que declaró ella en una de sus últimas entrevistas, en 1994, que le “cansaba la vida cotidiana, porque no tiene nada que ver con el arte”; sólo el lenguaje poético. Y sabemos, también, que hacia la fecha en que dejó de grabar tuvo un hijo, y aquello acabó influyendo poderosamente en su nuevo rumbo.
Para cuando relataba todo esto el bebé ya era mayor y a ella le quedaban apenas tres años de vida: moriría en 1997, a la misma edad (49) y por el mismo cáncer por el que había muerto su madre. Se la comparó con Aretha Franklin y Diana Ross, pero su impacto en los compositores que la sucedieron, y de su propia época, fue probablemente mucho más importante. La hicieron ingresar, de manera póstuma, en el Rock & Roll Hall of Fame, en 2012.

Prometo que no hay cielo
y rezo por que no haya infierno.
Pero nunca lo sabré viviendo;
sólo el morir lo dirá.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario