Las
tortugas también vuelan (2004) es el
tercer largometraje del director kurdo iraní, Bahman Ghobadi. Ser
kurdo no es fácil. Los niños de la película no son actores
profesionales porque de esos no hay en Kurdistán, quizás porque
Kurdistán es una patria que sólo existe en las cabezas y no en el
mapa. Los kurdos son un pueblo de 12 millones de personas que no
tiene fronteras propias en el atlas, sino que se esparcen entre las
de Irak, Irán y Turquía.
Bahman
Ghobadi refleja con dureza lo que es la vida del pueblo kurdo, en
perpetuo exilio, en los comienzos del derrocamiento del régimen de
Sadam Hussein por las tropas norteamericanas. Fundamentalmente se
aprecian las condiciones de vida de un grupo de chicos en un campo de
refugiados, que no son niños y que se comportan como adultos aunque
tampoco lo sean. La crudeza de alguna de las historias de estos
jóvenes es muchas veces desgarradora, sin que se haya escatimado en
detalles que nos pueden parecer que superan ciertas convenciones a la
hora de apelar a la emotividad. Pero todo parece justificado bajo ese
triste halo de realismo, donde cabe poco lugar para la justicia
poética.
Entre los numerosos premios que obtuvo, destacan la Concha de Oro a la mejor película en el Festival de Cine de San Sebastian, el Premio a la Paz en el Festival de Cine de Berlín (Berlinae) y la selección al Óscar como mejor película extranjera.
Escalofriante, desgarradora y profunda. Una obra terrible, dolorosa, que aniquila las reservas emocionales del espectador.
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