El expreso de medianoche (Midnight Express) (1978) no te
avisa cuando llega. No te la esperas y, como ese tren al que hace
referencia, te atropella sin que te dé tiempo a saltar de las vías. Ves a
Billy Hayes (Brad Davis) con el hachís, la detención, el juicio, la cárcel, la cárcel, la
cárcel. Ya estás allí con él. Ya eres él. Ya eres un prisionero que
tiene miedo a las palizas, que se refugia en sus amigos, que confía en
su abogado y que alberga la esperanza de un pequeño milagro o, al menos,
de justicia.
Ahí radica el mérito de El expreso de medianoche. Te sumerge en una cárcel turca asquerosa, y piensas que vas a pasar el resto de tus días junto a Max (John Hurt) y Jimmy (Randy Quaid).
Y te jode, te golpea y te escuece la impotencia. Y, al final,
comprendes por qué la felicidad está tan cerca de la locura, aunque no
estés loco y nunca hayas sido feliz. O viceversa.
A partir de un caso real, Oliver Stone escribió este magnífico guión sobre un ciudadano americano al que
detuvieron intentando sacar hachís de Turquía y al que la justicia de
ese país, junto con un sistema carcelario mucho más que deficiente,
trató como un animal. Alan Parker fué el encargado de dirigirla, con una mano tan sutil como eficaz, sin
temblarle el pulso a la hora de exprimir los recursos visuales más
impactantes que uno se pueda imaginar sin llegar al gore y, a la vez,
quedándose el tiempo justo y necesario donde se tiene que quedar y con
quien se tiene que quedar.
Es tan grande su fuerza que Brad Davis, tremendo Brad Davis aquí, no
consiguió salir de su personaje como su personaje lo hizo de la prisión.
Su inestabilidad emocional y su muerte prematura hicieron que
prácticamente sólo se le recuerde por este papel, que no es poco, pero
sabe a escaso viendo de lo que era capaz. A Stone le dieron Oscar y
Globo de Oro por el guión, y a Hurt el segundo por actor de reparto.
Para la competencia que había ese año, no estuvo mal, aunque fué mayor
el aprecio del público, que sí acudió en masa a ver una película que ya
se puede considerar casi un clásico.
Y es que hace falta talento para que una historia así, con todas esas
premisas de caso real, injusticia, cárcel y penurias se te quede con
buen recuerdo y no pase tan desapercibida como un telefilme lacrimógeno
de los que no llegaban ni al videoclub. Aunque creas que no es tu
estación favorita, deberías ir allí un día, a coger El expreso de medianoche. Tal vez no te apees.
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