El realizador británico Ken Loach consiguió su segunda Palma de Oro del Festival de Cannes en 2016 con Yo, Daniel Blake (la primera había sido en 2006 con El viento que acaricia el prado) y el premio del público en el Festival de San Sebastián.
Este film tiene como protagonistas a uno de esos héroes (mártires) de la
clase trabajadora que tanto les gustan a Loach y a su habitual
guionista Paul Laverty, en este caso acompañado por el personaje de
Katie (Hayley Squires), madre soltera de dos pequeños que viven en
condiciones más que vulnerables.
Loach construye otra cuestionadora mirada a la falta de trabajo y
oportunidades, a la crueldad de la kafkiana burocracia estatal (muchas
veces asociada con la insensibilidad del sector privado) y a las
miserias del poder.
Dave Johns está impecable como ese carpintero de 59 años oriundo de
Newcastle que lucha para mantener sus beneficios sociales. Este viudo
testarudo con problemas coronarios y dificultades para encajar en estos
tiempos modernos en los que todo se hace online, donde ya no se escucha
ni se ayuda al al prójimo, cuyo discurso puede sonar para algunos demasiado voluntarista pero con su conmovedora carga humanista y su incansable denuncia de las
grietas y contradicciones del sistema sigue siendo necesario.
Con más de 80 años en su cuenta de vida, Loach no renuncia en poner el
cine al servicio de las mejores causas humanas y ha encontrado en el
realismo social el mejor argumento para expresarse. Ken Loach hace suya
aquella frase que escribió alguna vez el cineasta ruso Andréi Tarkovski:
“El realismo es inclinarse hacia la verdad y la verdad siempre es
bella.
Esta es una película melodramática y a veces, muy didáctica, pero también, intensamente conmovedora que se convierte en un retrato agridulce y desesperanzador de lo injusta que puede ser la vida.
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