Llegó a casa cansada después de la fiesta de Halloween. Se había vestido de
vampiresa. Meredith Kercher, una estudiante británica de 21 años, fue a
su cuarto y se puso cómoda. No había nadie más; sus compañeras de piso
habían salido. Hacia la madrugada, alguien entró en su habitación. Quizá
fueran varias personas. Meredith fue violada y recibió 46 puñaladas.
Una de ellas, mortal, en la garganta. Después, taparon su cuerpo con un
edredón. Era la noche del 1 al 2 de noviembre de 2007. Y lo que pasó en
esa habitación de Perugia (Italia) continúa siendo, a día de hoy, un
misterio. ¿Quién o quiénes estuvieron con ella?
El documental, Amanda Knox, estrenado en 2016 y dirigido por Rod Blackhurst y Brian McGinn, retoma este caso desde el papel de la principal acusada: la estadounidense Amanda Knox, compañera de piso de la víctima. Y condenada a 26 años de cárcel junto a
su novio, Raffaele Sollecito, y Rudy Guede, un pequeño traficante
marfileño. Tras cuatro años en prisión, la pareja fue absuelta por falta
de evidencias biológicas claras. No así Rudy, que sigue entre rejas y
reclamando su inocencia. Uno de los amigos de la asesinada, Meredith,
que pide no ser identificado, explica que la familia desea paz
ahora mismo, y que siguen intentando recuperarse de esa tragedia “sin
nombre”. “El sistema judicial italiano falló a Meredith”, zanja.
Altiva y sonriente, Amanda Knox se comportó durante muchos tramos de la
investigación como si aquello no fuera con ella. O peor: como si supiera
mucho más de lo que decía. A veces, Amanda se tambalea y llora como una niña; otras, mira a la
cámara con esa profunda -e inquietante- mirada. Y dice: “O soy una
psicópata con piel de cordero, o soy como tú”.
Un documental fascinante, incisivo y esclarecedor, aunque todavía misterioso.
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