lunes, 27 de julio de 2015

Albumes Clásicos (El proceso de grabación) 

Si hay una banda, por excelencia, que cambió el rumbo del rock n´ roll, esos fueron The Doors. La teatralidad de sus directos, la sexualidad, poesía, seriedad y compromiso socio-político de sus letras, la salvaje irreverencia de su actitud que les enfrentó a todo y a todos definieron la escisión definitiva del rock n´ roll de lo que conocemos ahora como rock. Con su álbum debut, The Doors (1967), llegaron a una fama y un reconocimiento que, desgraciadamente, no se podría mantener más adelante debido a la incontrolable volubilidad de su carismático líder Jim Morrison: poeta y cineasta de carrera, un héroe dionisiaco cuya genialidad y excentricidad catapultó a la banda tanto a la más absoluta fama como a la alienación más insalvable por parte de discográficas, promotoras y demás súcubos de la industria.
Desde un primer momento la censura sobre la banda se hizo patente. En el segundo single del grupo y uno de sus más laureados temas, Break On Through (To The Other Side), ya comenzó un lastre que se viviría tanto en sus álbumes de estudio, con una censura directa sobre las letras de la banda, tal y como se aprecia en el “She get´s high (“ella se coloca”) de este corte, así como en su incendiaria conducta provocativa sobre el escenario. 
A pesar de la influencia obligatoria por las circunstancias sociales, inmerso en la época del flower power, la música de este álbum es oscura, es tenebrosa; el apocalipsis como destino infranqueable y el caos como hábitat natural. Desde el perturbador curso hacia el fin de End Of The Night hasta la suave e hipnótica The Crystal Ship, el transcurso del álbum siempre se tiñe de negro. El amor, ineludiblemente, ocupa parte de su obra, así como I Looked At You o el tema que causó el furor que les encumbró al número uno, Light My Fire; es amor, pero no es romántico. Es sucio y es humano, es sexual, provocativo, pero es también honesto y en ocasiones cubierto por una espesa capa de aceptada desilusión. Take It As It Comes puede confundir, puede hacerte pensar que también eran alegres y joviales, pero representa el espíritu indomesticable y feroz que los caracterizaba; Carpe Diem, no hay otra opción.
Cerrando el disco, The End. Una epopeya dramática de casi 12 minutos de duración. La serenidad del comienzo se va transformando lentamente en una vorágine oscura y enfermiza entre poesía y experimentación, una pieza “teatral” que demuestra varios de los factores que engrandecen a la banda. El uso de distintos y distantes estilos, congregados en un solo contexto musical, con el blues de Ray Manzarek al órgano, acompañándolo la distintiva sonoridad de los dedos, técnica inusual en el rock, de Robby Krieger en la guitarra, uniendo el ritmo con los beats jazzísticos de John Densmore, que incluía otros tan dispares como la bossanova o el funk primigenio. Y por supuesto, la voz y la composición de Jim Morrison. La creación original de los temas dependía de Morrison, a lo que el resto de la banda completaba para dar a luz al brillante conjunto de canciones que componen este álbum y, por extensión, el resto de su discografía.


 


 


 

 
 


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